20091229
Y sé que perderás gente pero a mí me tendrás siempre. Y yo a tí te tendré cada milésima en mi mente. Me enamoré de tí solo con mirarte a los ojos. Una mirada tuya conseguía ponerme roja. Eres mi mundo, mis estrellas, mi luna y también mi sol. Eres la luz que me ilumina las noches cuando estoy sola.
Lo eres todo para mí, me das todo a cambio de nada.. Y es que para mí tu amor es todo lo que deseaba ♥
20091222
– Necesito mucho de usted – repetí.
No respondió: seguía mirando el árbol.
– ¿Por qué no habla? – le pregunté.
Sin dejar de mirar el árbol, contestó:
– Yo no soy nadie. Usted es un gran artista. No veo para qué me puede necesitar.
Le grité brutalmente:
– ¡Le digo que la necesito! ¿Me entiende?
Siempre mirando el árbol, musitó:
– ¿Para qué?
No le respondí en el instante. Dejé su brazo y quedé pensativo. ¿Para qué, en efecto? Hasta ese momento no me había hecho con claridad la pregunta y más bien había obedecido a una especie de instinto. Con una ramita comencé a trazar dibujos geométricos en la tierra.
–No sé. – murmuré al cabo de un buen rato – Todavía no lo sé.
Reflexionaba intensamente y con la ramita complicaba cada vez más los dibujos.
–Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas cosas. No, no es eso…
Me sentía bastante tonto: ninguna manera era esa mi forma de ser. Hice un gran esfuerzo mental: ¿acaso yo no razonaba? Por el contrario, mi cerebro estaba constantemente razonando como una máquina de calcular, por ejemplo, en esta misma historia, ¿no me había pasado meses razonando y barajando hipótesis y clasificándolas? Y, en cierto modo, ¿no había encontrado a María al fin, gracias a mi capacidad lógica? Sentí que estaba cerca de la verdad, muy cerca, y tuve miedo de perderla: hice un enorme esfuerzo.
Grité:
– ¡No es que no sepa razonar! Al contrario, razono siempre. Pero imagine usted un capitán que en cada instante fija matemáticamente su posición, y sigue su ruta hacia el objetivo con un rigor implacable. Pero que no sabe por qué va hacia ese objetivo, ¿entiende?
Me miró un instante con perplejidad; luego volvió nuevamente a mirar el árbol.
–Siento que usted será algo esencial para lo que tengo que hacer, aunque todavía no me doy cuenta de la razón.
Volví a dibujar con la ramita y seguí haciendo un gran esfuerzo mental. Al cabo de un tiempo, agregué:
–Por lo pronto sé que es algo vinculado a la escena de la ventana: usted ha sido la única persona que le ha dado importancia.
–Yo no soy crítico de arte – murmuró.
No respondió: seguía mirando el árbol.
– ¿Por qué no habla? – le pregunté.
Sin dejar de mirar el árbol, contestó:
– Yo no soy nadie. Usted es un gran artista. No veo para qué me puede necesitar.
Le grité brutalmente:
– ¡Le digo que la necesito! ¿Me entiende?
Siempre mirando el árbol, musitó:
– ¿Para qué?
No le respondí en el instante. Dejé su brazo y quedé pensativo. ¿Para qué, en efecto? Hasta ese momento no me había hecho con claridad la pregunta y más bien había obedecido a una especie de instinto. Con una ramita comencé a trazar dibujos geométricos en la tierra.
–No sé. – murmuré al cabo de un buen rato – Todavía no lo sé.
Reflexionaba intensamente y con la ramita complicaba cada vez más los dibujos.
–Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas cosas. No, no es eso…
Me sentía bastante tonto: ninguna manera era esa mi forma de ser. Hice un gran esfuerzo mental: ¿acaso yo no razonaba? Por el contrario, mi cerebro estaba constantemente razonando como una máquina de calcular, por ejemplo, en esta misma historia, ¿no me había pasado meses razonando y barajando hipótesis y clasificándolas? Y, en cierto modo, ¿no había encontrado a María al fin, gracias a mi capacidad lógica? Sentí que estaba cerca de la verdad, muy cerca, y tuve miedo de perderla: hice un enorme esfuerzo.
Grité:
– ¡No es que no sepa razonar! Al contrario, razono siempre. Pero imagine usted un capitán que en cada instante fija matemáticamente su posición, y sigue su ruta hacia el objetivo con un rigor implacable. Pero que no sabe por qué va hacia ese objetivo, ¿entiende?
Me miró un instante con perplejidad; luego volvió nuevamente a mirar el árbol.
–Siento que usted será algo esencial para lo que tengo que hacer, aunque todavía no me doy cuenta de la razón.
Volví a dibujar con la ramita y seguí haciendo un gran esfuerzo mental. Al cabo de un tiempo, agregué:
–Por lo pronto sé que es algo vinculado a la escena de la ventana: usted ha sido la única persona que le ha dado importancia.
–Yo no soy crítico de arte – murmuró.
El túnel - Ernesto Sábato.
20091217
20091205
Suscribirse a:
Entradas (Atom)